Un joven pupilo deseoso de conocer los secretos de la sabiduría le preguntó a su maestro: ¿Maestro, quién le guió a usted en el Camino?

 

El maestro contestó: Un perro. Un día lo encontré casi muerto de sed a la orilla del río. Cada vez que veía su imagen en el agua, se asustaba y se alejaba creyendo que era otro perro. Finalmente, fue tal su necesidad que, venciendo su miedo se arrojó al agua, y entonces “el otro perro” se esfumó. El perro descubrió que el obstáculo era él mismo y la barrera que lo separaba de lo que buscaba había desaparecido.

 

De esta misma manera, mi propio obstáculo desapareció cuando comprendí que “mi yo” era ese obstáculo. Fue la conducta de un perro la que me señaló por primera vez el Camino.

 

Los sufíes conscientes de la imposibilidad de transmitir su sabiduría mística en lenguaje común, adoptaron el uso del cuento y la parábola para indicar que la verdad de la vida yace detrás de sus múltiples apariencias. Un medio muy eficaz para contener y transmitir conocimiento y verdades profundas.

Este cuento al igual que la famosa inscripción del templo de Apolo en Delfos, nos señala hacia adentro y nos anima a conocernos a nosotros mismos como acción primera.

 

Conócete a ti mismo

 

En el Oráculo de Delfos, antes de plantear cualquier consulta a los dioses, se obligaba al viajero a investigar su propia esencia. Este, y no otro, debía ser el punto de partida para comprender el mundo. “Conócete a ti mismo”, eran las palabras que aparecían inscritas casi a modo de advertencia en el pronaos del templo. Fue Platón quien dio mayor difusión a esta frase de alto valor ético y reflexivo a través de sus diálogos, resaltando la importancia de mirar hacia el interior antes de tomar cualquier decisión.

Una y otra vez la vida nos presenta esta realidad. El obstáculo principal, el tema limitador, no es algo externo sino uno mismo. Esto es algo aplicable tanto a nivel personal como organizacional. Cuando los obstáculos aparecen ante nosotros, muchas veces nos desvivimos intentando evitarlos cuando en realidad son inevitables. Las adversidades van con nosotros, así como la zanahoria que hace andar al asno.

Son comunes los sesgos autoprotectores y de racionalización compasiva que al fallar nos proveen de excusas. Siempre es más fácil responsabilizar a los demás de los errores propios o recurrir a factores situacionales como: ‘es que con esta crisis ya no queda ninguna salida’, ‘es que la situación actual es complicada’, ‘soy víctima de las circunstancias’…

Desde Platón, han pasado ya unos cuantos siglos y gran parte de las personas siguen inhabilitadas en esa materia básica que es el autoconocimiento. Somos esa sociedad que sigue actuando sin reflexionar y culpabilizando a otros de sus fracasos. A pesar de ser la esencia de la madurez humana, el conocimiento sobre nosotros mismos sigo estando infravalorado. Sin duda, resulta mucho más apreciado todo aquello que viene de fuera.

Pero en realidad, en nosotros están las respuestas que buscamos y las semillas del éxito que deseamos cosechar. El autoconocimiento es nuestra mayor responsabilidad y la tarea a la que deberíamos dedicar más tiempo y atención.

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